lunes, 19 de marzo de 2012

ANDRÉS, PAPÁ Y EL GIGANTE VERDE


          Andrés era un niño que compartía con su tía una casa en el monte. Esta casa era mitad viaje y mitad nueva. En la entrada, sus paredes de piedra estaban totalmente cubiertas de libros y modestos y extraños adornos que a Andrés le gustaba mirar cuando tenía dos años, pero ahora, que ya tenía cuatro casi cinco prefería encender la chimenea de la esquina con papá y con la tía.

            En la fachada menos vieja de la casa había una sala con muchos ventanales y al pie de estas ventanas en un rincón de tierra, plantaron una pequeña buganbilla, veinte años atrás. La humedad, el sol, le gustaron tanto a esta planta que empezó a crecer y crecer de tal modo que sus ramas tapaban tres ventanales y con su altura alcanzó la terraza que estaba ocho metros más arriba. Entonces papá dijo:

- Esto no puede ser; esta planta se ha convertido en un Gigante Verde que no deja pasar el sol al espacio donde juegan los niños. La voy a podar y Andrés me podrá ayudar.
- ¡Bien! – dijo Andrés, a quien le encantaba los trabajos de jardinería, sus herramientas y lo que se conseguía con paciencia y esfuerzo.

            Empezaron por la terraza, pues el Gigante Verde tenía unos pinchos que se enganchaban a la balustrada. Papá tenía una gran cizalla y Andrés una pequeñita que usaba con las dos manos, era muy eficiente cortando, hacía un ruidito especial y le hacía sentirse poderoso podando. Al cabo de un rato, papá le pidió a Andrés que subiera una escoba y recogedor, cosa que Andrés hizo enseguida.

            Después de recoger un montón de ramas, bajaron al pide del Gigante para seguir con el trabajo. Mientras papá hendía la gran cizalla y cortaba y cortaba, Andrés le miraba a cierta distancia y pudo ver con gran susto como el Gigante Verde se enfureció, agitó sus ramas y se lanzó queriendo atrapar a
papá. Andrés quiso gritar, pero no pudo, porque todo esto ocurrió en segundos. Menos mal que papá dio un salto hacia un lado y se libró de la caída del Gigante Verde y sus ocho metros de altura. ¡Qué alivio sintió Andrés al ver que su padre estaba sano y salvo!. El mal rato había pasado. Después papá le explicó al Gigante Verde:

- Mira, te he dejado un vástago para que puedas crecer y disfrutar del sol y la lluvia durante años, como lo has hecho tú.

             Y así acabó la aventura de ese día, en esa casa que siempre le gustaba por los pequeños y medianos descubrimientos que se podían hacer, en sus rincones y trasteros-talleres.

M.A.H.

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